SAN LUCAS
Hoy inicio una serie de escritos que serán alternados con los ya acostumbrados de antes y estos tienen que ver con San Lucas, uno de los 4 evangelistas quien gracias a el hemos podido conocer la vida de María, que casi en exclusiva como se dice en estas épocas nos narra sobre la madre de Dios.
Autor de «Evangelio» y «Hechos Apostólicos» —obra propiamente una, dividida en dos partes: vida de Jesús y vida de la Iglesia primitiva.
No sabemos a ciencia cierta —seguramente que no— si conoció a Jesús «materialmente», ni cuándo comenzó a verle con los ojos de la fe. La primera señal del convertido la tenemos cuando, en Tróada, se unió a Pablo, que acababa de recorrer el Asia Menor —que hoy llamamos Turquía— y se disponía a entrar en Europa, por Macedonia, para predicar la salvación universal traída por Jesucristo. Ya no abandonará al gran Apóstol, a quien acompañará siempre, a menudo en calidad de médico personal, hasta que el martirio le separe de él.
Lucas o Lucano, nació en Antioquia Siria en los primeros decenios del Cristianismo. Pagano y
convertido al parecer por San Pablo.
Evangelista, médico, literato, historiador, pintor. San Lucas, empezó su vida como esclavo griego en Antioquía, llegó, gracias a su fama de médico, a recibir el ofrecimiento de ser nombrado funcionario médico del emperador romano Tiberio César, ofrecimiento que rechazó. Como cristiano, San Lucas añade a la medicina griega de Hipócrates el impulso filantrópico, la caridad, la compasión para el enfermo, como se ve claramente en su parábola del buen Samaritano (cf. Lc. 10). San Lucas no tenía el carisma de los milagros de curación como San Pablo y San Pedro, y siguió obrando como médico, pero médico cristiano.
En líneas generales, la vida de San Lucas comienza a florecer en torno de la figura arrolladora de Pablo, y que con él se desvanece, puesto que las noticias que se cuentan de su actividad posterior, sobre el año 67, son menos ciertas. Hay quien da como seguro que evangelizó Acaya y Bitinia: donde habría hallado su verdadera vida, donde habría sellado con el martirio la verdad firme de su Evangelio.
Pablo, camino de Damasco, dice escribiendo a los Colosenses: «Os saluda Lucas, médico carísimo». En la segunda carta a Timoteo, escrita durante la segunda prisión romana del mismo San Pablo, cuando éste daba ya por consumada su carrera, se queja de la poca fidelidad de muchos que le abandonan; pero Lucas se mantuvo fiel al Apóstol, y, siempre, al divino Maestro.
La obra de San Lucas, en fin, es un tratado de oración, contemplativa y serena; el sentido cristiano de la alegría: quien se sabe en posesión de Dios comienza a ser feliz desde ahora. Y una descripción inigualable sobre el Espíritu Santo, alma de la Iglesia. A los Hechos Apostólicos se ha venido en llamarlos con razón: «Evangelios del Espíritu Santo». Y cuanto alienta y palpita en la luminosa urdimbre de sus escritos, es, a la vez que inspiración divina, una continua vivencia teologal del alma del Evangelista, que supo vivir lo que escribió y predicó, hasta dar la vida por Aquel a quien amaba: Jesús.
HECHOS 1
1 El primer libro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio.
2 hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, fue llevado al cielo.
3 A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios.
4 Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre, «que oísteis de mí:
5 Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días».
6 Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?»
7 El les contestó: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad,
8 sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.»
9 Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos.
10 Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco
11 que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo.»
12 Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, el espacio de un camino sabático.
13 Y cuando llegaron subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de Santiago.
14 Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.
15 Uno de aquellos días Pedro se puso en pie en medio de los hermanos - el número de los reunidos era de unos ciento veinte - y les dijo:
16 «Hermanos, era preciso que se cumpliera la Escritura en la que el Espíritu Santo, por boca de David, había hablado ya acerca de Judas, el que fue guía de los que prendieron a Jesús.
17 Porque él era uno de los nuestros y obtuvo un puesto en este ministerio.
18 Este, pues, compró un campo con el precio de su iniquidad, y cayendo de cabeza, se reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas. -
19 Y esto fue conocido por todos los habitantes de Jerusalén de forma que el campo se llamó en su lengua Haqueldamá, es decir: "Campo de Sangre" -
20 Pues en el libro de los Salmos está escrito: = Quede su majada desierta, y no haya quien habite en ella. = Y también: = Que otro reciba su cargo. =
21 «Conviene, pues, que de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros,
22 a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado, uno de ellos sea constituido testigo con nosotros de su resurrección.»
23 Presentaron a dos: a José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo, y a Matías.
24 Entonces oraron así: «Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido,
25 para ocupar en el ministerio del apostolado el puesto del que Judas desertó para irse adonde le correspondía.»
26 Echaron suertes y la suerte cayó sobre Matías, que fue agregado al número de los doce apóstoles.